Valparaíso y la batalla del fin del mundo

13 · octubre · 2021

Columna de Pedro Serrano Rodríguez, director Unidad de Arquitectura Extrema.

Haciendo zapping en Netflix, llegué a la serie noruega Ragnarök. En ella la lucha entre dioses mitológicos y gigantes de fuego, continúa en tiempos modernos con computadores, internet y celulares. Los gigantes están en el lado del mal y los dioses deben buscar salvar a los humanos y lograr el viejo equilibrio inestable.

Hasta allí como argumento de ficción la cosa estaba bien. El choque espeluznante vino cuando, como telespectador, me entero que lo que hacen los malos es dominar un pueblecito noruego del norte montañoso, por medio de una gran industria, que da trabajo a todos, es dueña de la radio, maneja la escuela, la política, el gobierno local, la prensa, da donativos y contamina el ambiente, principalmente sus aguas, el mar y la de bebida, con desechos tóxicos en específico cadmio, plomo, níquel, mercurio.

Allí la cosa se puso espeluznante, pues es exactamente lo que sucede en el pueblo que veo al otro lado de la bahía de Concón, el territorio de Quintero–Ventanas Puchuncavi, donde se ha detectado plomo, arsénico, cadmio, sulfatos en el agua de los pozos; con su bahía contaminada. Vi por años la pluma kilométrica de SO2, que quemó para siempre el territorio agrícola de Puchuncavi. Al igual que en la ficción Ragnarök, acá realmente han muerto y siguen muriendo muchas personas de cáncer, hay una agrupación ciudadana de muertos y enfermos de cáncer y más intenso aun: han caído, en varias ocasiones cientos de niños niñas y mayores intoxicados, anda tu a saber con que impactos en su vida futura por emanaciones misteriosas, que el sistema público chileno y los institutos que debiesen vigilar niegan tajantemente, no operan o se hacen los desentendidos.

Han pasado dos años de estos eventos masivos de intoxicación de jóvenes estudiantes y aquí, en el Chile cotidiano, no ha pasado nada, salvo eso si, para los habitantes de Quintero-Ventanas-Puchuncavi que no tienen credibilidad, prensa ni cobertura. Los gigantes dominan bien todo eso.

Bueno la realidad chilena no es una película de ficción ambientada el 2020 en un país desarrollado en la cumbre del estado de bienestar europeo. Es la realidad concreta de nuestro subdesarrollo el 2021, a 20 kilómetros de mi ventana de Concón, Valparaíso, Chile, Sud América. También he asistido en persona a derrames de petróleo en el Aconcagua y también he respirado de tarde en tarde, durante 50 años, los efluvios y partículas tóxicas de la Refinería de la antigua ENAP hoy Refinería de Petróleos de Concón.

La gran diferencia es que acá no están ni Thor Ni Odín, sino que los gigantes de fuego actúan sin contrapeso. No hay dioses. Sólo infinita ambición y avaricia. Se trata de una forma de producir conocida por algunos como capitalismo salvaje, donde lo principal es mover la economía, mover el mercado, hacer y concentrar mucho dinero en pocas familias, producir bienes y servicios para una sociedad de consumo galopante y por contrapartida, males y carencias para una población residente, empobrecida, silenciada y sometida. Que a propósito y más encima, tiene un pésimo sistema de salud, espantoso de seguridad y malo de educación.

Siguiendo el mismo argumento ficticio, una empresa de la Suecia real, también del máximo estado de bienestar planetario, Boliden Mineral AB, depositaron en plena dictadura, (1985), 20.000 toneladas de tóxicos en Arica. Otra vez Arsénico, plomo, cadmio y mercurio. (¿suena conocido?) El Estado de Chile construyó encima del vertimiento una población. Más de 12.000 personas han estado expuestas. ¿El resultado? concebir hijos que experimentan abortos espontáneos; niños que padecen defectos de nacimiento, incluidos trastornos neurológicos, hidrocefalia y espina bífida. Y no es película, es Chile real. Falta espacio aquí para hablar de nuestras salmoneras, mineras y hasta de Dominga.

Como anécdota ficticia, los gigantes de fuego noruegos deciden exportar sus desechos tóxicos a Sierra Leona en Africa Occidental y no es chiste. Cual un Chile ficticio, más cercano.

Chile necesita combustibles y derivados del petróleo, necesita productos químicos, energía eléctrica, y procesar su cobre. Chile necesita extraer producto, manufacturar, procesar importaciones, generar trabajo, salud y riqueza, pero Chile no necesita que esto se logre con esa brutalidad inimaginable hacia el ser humano, al habitante y a la naturaleza chilenas. Un Ragnarök distópico persiste en nuestra provincia.

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